lunes, 9 de septiembre de 2013

El éxito cocinado a fuego lento.



“Todo estriba en pensar a largo plazo”, dijo en 1997 Jeff Bezos, fundador de Amazon, la tienda online más grande del mundo. 16 años después, convertido en la persona nº 19 más rica del mundo, según la revista Forbes (25.200 millones de dólares), sigue siendo un empresario de apuestas arriesgadas (como crear colonias en el espacio) preocupado más por los resultados a largo plazo que por las pérdidas de sus inversiones iniciales.

Pero no ha sido el único.

Bill Gates, en los primeros días de Microsoft (“…no había nada a corto plazo. Siempre pensamos en términos de décadas,  y no había lugar para atajos, simplemente poníamos un pie delante de otro”), Ray Troc (Mc Donalds), Howard Schultz  (Starbucks), Toyota, General Electric…. Son tambien ejemplo de logros conseguidos poco a poco, donde lo grande empieza siendo pequeño, y donde la persistencia y la experimentación, se convierte en una tabla de gimnasia mental que se realiza día a día, sin preocuparse en exceso de los resultados inmediatos.

Aunque esta manera de cocinar el éxito a fuego lento vaya en contra de la inmediatez de nuestros recién conocidos amigos tecnológicos (emails, Facebook, twitter….), su eficacia viene avalada por trabajos serios como el de la London Business School que analizando 51 estudios en 2009, averiguaron que los incentivos a corto plazo dañan el rendimiento a largo plazo de la empresas. Las empresas cuyo objetivo es el beneficio a corto plazo raras veces alcanzan la excelencia y casualmente invierten menos en investigación.

Si nuestro horizonte es a varios años, competiremos con muchos menos que si es a corto plazo, porque muy pocos están dispuestos a invertir a medio plazo y a esperar a ver que ocurre.

Para poder cocinar de esta manera, proporcionaré solo tres ingredientes, que sintetizan la acción comedida, planificada e integrada en el continuo espacio-tiempo y que combinados en la dosis y momento oportunos, nos pueden proporcionar un plato exquisito, en un viaje en el tiempo que utilizando la máquina de H. G Wells, utiliza los principios de la psicología del tiempo de Zimbardo.  En este recorrido, la cocción reflexiva de la materia prima de calidad (nuestros principios, valores, pensamientos, emociones y acciones), nos permitirá equilibrar el pasado (mediante recuerdos positivos), con el presente (aprovechando el poder de la atención plena), y el futuro (imperfecto de nuestras expectativas autorreguladas):

1. Que el objetivo a corto plazo no sea más importante que el objetivo a largo plazo. Planifica con visión, pero con acción. No esperes a ver lo que te pasa, pasa a hacer lo que quieres que ocurra. Experimenta, prueba, pregunta, mide, regula y mejora. El ADN de la innovación empieza por estos planteamientos. Deja que pase el momento de dejar las cosas para después “procrastytime”. Recuerda que cuanto más tiempo tenemos más lo desperdiciamos. Las limitaciones tienen  mucho más poder en la autodeterminación debil, víctima de la “ansiertividad”, nuestro temor a decir lo que pensamos y a no someternos.

2. No olvidemos la dimensión espacial, el contexto donde tienen lugar las cosas que tanto nos influyen. En este sentido hemos de ser capaces de diferenciar cuando los que nos ocurre se debe al azar o a nuestra habilidad. Para ello, es importante analizar las causas de los que nos pasa (el libro de M. Mauboussin “ La ecuación del éxito”, lo deja bien claro), aunque seamos reacios al razonamiento matemático, deficiencia que a tantos errores de apreciación nos conduce, prestemos atención al momento en que hemos de entregar nuestros recursos en una nueva forma de pensamiento oportuno, “Skilluckiness”, el uso de la habilidad en el momento oportuno, de manera que parezca que es fruto de la suerte. Ello nos conducirá a tomar mejores decisiones.

3. Ve despacio, analiza, reflexiona. Utiliza el pensamiento lento, el sistema 2 que el premio Nobel Kahneman, describe con empírica contundencia en su libro “Pensar rápido, pensar lento”, y que C. Honoré, defiende como representante del movimiento “slow” (recomendable su libro “La lentitud como método”). Pasa de lo automático a lo dirigido. Y no temas empezar por lo pequeño, que produce grandes efectos. No tengas prisa. Charles Darwin, escribió El origen de las especies a los 50 años; Kant, escribió La crítica de la razón pura a los 57 años; Nelson Mandela fue presidente de Sudáfrica a los 85 años; Benjamin Franklin, colaboró en la redacción de la Declaración de la independencia a los 70 años; J. R. R. Tolkien, escribió el primer libro de la trilogía del señor de los anillos a los 62 años; Goethe escribió Fausto (que inspira a escritores como Dan Brown), a los 82 años; Linus Pauling (que consiguió no uno sino 2 premios Nobel), publicó más artículos científicos de los 70 a los 90 años que de los 50 a los 70; Louis Armstrong, conocido por su canción “What a wonderful world”, la compuso a los 66 años (hay muchos ejemplos más en el excelente libro de de Tom Butler-Bowdon, “Nunca es demasiado tarde”). Parece por tanto, que tenemos mucho talento aun pendiente de desplegar. ¿Por qué entonces las empresas siguen prejubilando con 50 y pocos años?.

Con la visión positiva pasa algo parecido. El optimismo a corto plazo no sirve. El bueno es el optimismo a largo plazo. Como muestra la que hemos tenido con las olimpiadas 2020 asignadas a Tokio a pesar de la radiactividad. Antes de la votación, la euforia viral propagada por los medios hizo creer que ya eran nuestras. Pero tras el batacazo, nos hundimos. Pero ese no es el optimismo bueno. Los optimistas auténticos se sobreponen como los campeones y siguen luchando para conseguir lo que desean a largo plazo. Es un optimismo como el que destila Jeff Bezos que aunque siempre ha querido ganar mucho dinero, lo ha hecho para querer mejorar el mundo.