viernes, 7 de diciembre de 2012

¿Por qué no conseguimos nuestros planes?.


Recuerde un aspecto importante en su vida que haya tenido que cambiar. ¿Cuál de las siguiente estrategias ha utilizado?:

1.Hacer un plan detallado
2.Motivarme concentrándome en alguien a quien admiro
3.Contar mis objetivos a otras personas
4.Pensar en las cosas malas que sucederán si no lo consigo
5.Pensar en las cosas buenas que sucederán si lo logro
6.Intentar suprimir los pensamiento que no me ayudan
7.Darme una recompensa por haber avanzado hacia el o.
8.Confiar en mi fuerza de voluntad
9.Dejar constancia de mis progresos: diario, gráfica…
10.Imaginar lo estupenda que será mi vida cuando lo logre.

El anterior cuestionario recoge las técnicas utilizadas por los 5000 participantes en dos estudios llevados a cabo por el profesor Richard Wiseman, que pretendían conseguir objetivos como perder peso, dejar de fumar, conseguir pareja o cambiar de empleo.

El análisis de los resultados desveló, que el 10% de los que consiguieron sus objetivos, emplearon unas técnicas de la lista distintas a los que no los consiguieron.

¿Cuáles de ellas fueron?.

Las impares de la lista, es decir: elaborar un plan detallado, contárselo a sus amigos y familiares, recordar las ventajas asociadas a la consecución de los objetivos, darse una recompensa por conseguir aspectos parciales en sus metas y registrar sus progresos de manera concreta.

En cambio, fantasear o imaginarse mediante técnicas de visualización conseguir los objetivos, aunque nos puede hacer sentir mejor, no nos ayuda a conseguir nuestras metas. El realismo sobre los problemas que se pueden presentar en el camino nos ayuda a predecir los obstáculos que nos podemos encontrar y por tanto a poder evitarlos.


El último aspecto que nos ayudará, puesto que sin él no podremos empezar es no postergar (procrastinar). Parar ello, lo más sencillo es iniciar la actividad con la intención única de estar en ella “unos minutos”. Una vez en ella, verás que se genera poco a poco una necesidad de acabarla. Este efecto, provocado por una ansiedad generada en el cerebro por acabar la actividad tiene nombre, el de su descubridora hace más de 90 años, la psicóloga rusa Bluma Zeigarnik.


sábado, 17 de noviembre de 2012

¿Has encontrado tu piedra filosofal?.



La juventud eterna, el poder de convertir todas las cosas en oro, el conocimiento absoluto del pasado y del futuro, del bien y del mal, todo ello lo podía conseguir quien encontrara la piedra filosofal, que gracias al fenómeno de la transmutación, permitía cambiar la naturaleza de un elemento mediante alteración de sus cualidades.

Pero al parecer nadie la ha encontrado aun, porque como sabéis tal piedra no existe.

Pero sí que existe aunque no sea en sentido literal y la podemos encontrar muy cerca de nosotros. Para ello, solo tenemos que experimentar las emociones positivas (alegría, gratitud, serenidad, esperanza, orgullo, diversión, inspiración, respeto y amor), con mayor frecuencia.

El esfuerzo, merece la pena porque como explica y demuestra Shawn Achor en su libro “La felicidad como ventaja”, http://bit.ly/S59lSq, la felicidad es precursora del éxito y no al revés. El optimismo potencia el rendimiento, y conduce a los mayores logros.

El único motor de la felicidad es el humor positivo en el presente y la visión positiva en el futuro. Y sobre estos parece que tenemos más control del que creíamos, ya que esperar un resultado positivo aumenta la probabilidad de que se dé. Estar abierto a las posibilidades, como ha mostrado en sus trabajos Richard Wiseman (“Nadie nace con suerte”) http://bit.ly/akaAKO, hace que podamos aprovechar mejor las oportunidades y podamos obtener un resultado favorable.

Esta proyección realista de nuestros deseos, que podemos denominar “codificación selectiva” es nuestra piedra filosofal. Pero no hay que confundir esta capacidad entrenable de ser más adaptables, con el optimismo visionario o con fantasear con resultados milagrosos. Si lo hacemos habremos encontrado una piedra fisosofal-sa.

sábado, 3 de noviembre de 2012

¿Quieres que éste sea tu GRAN AÑO?.



A pesar de que hasta ahora casi todo es negativo y no hay muchas pistas de que el próximo año pueda ser mejor que este, estoy convencido de que el año que se acerca puede ser un gran año para ti………si haces lo mismo que los tres personajes de la película EL GRAN AÑO (Steve Martin, Jack Black y Owen Wilson), que cansados de sus obligaciones y responsabilidades, deciden participar en una competición anual cuyo ganador será quién observe más especies de pájaros durante un año en Estados Unidos.

En esta cuasi-democrática lucha, gana Owen Wilson, que es quien se dedica en cuerpo y alma a perseguir pájaros, sacrificando su vida personal (inexistente). El segundo clasificado (Jack Black), a pesar de su talento, no puede ganar puesto que no se ha dedicado en cuerpo y alma a ello. Le distraen su trabajo que odia (necesita ganarse la vida) y su incompleta vida personal-familiar. Algo más rezagado queda el menos necesitado de los tres, que ha conseguido a punto de jubilarse perseguir una vocación de su infancia, tras dedicar su vida a conseguir el éxito en los negocios y una feliz vida familiar que incluye sorprendentemente una mujer que aun le sigue.

Pero al final si quieres triunfar, lo que cuenta es el sacrificio y la dedicación. Disponer de medios también ayuda y si además tienes suerte, estás a un paso de conseguirlo. Todos estos ingredientes quedan lejos de las recomendaciones de los libros de autoayuda que afirman que todos lo podemos conseguir…. Y si no lo hacemos es porque no lo deseamos de verdad…un poco de visualización por aquí, un par de frases matutinas recordándonos lo bueno que somos y en unas semanas empezaremos a notar los efectos del “deseo”. No te engañes, si algo quieres te lo tienes que currar, pero sí que es verdad que no es necesario que realices esa búsqueda solo.

La evaluación de la eficacia de la formación (2): la ruta de largo alcance.


El objetivo de la formación en esta vía, es producir un cambio en el comportamiento del trabajador que afecte a un resultado positivo y que éste tenga un valor económico para su organización. Hablamos de mejorar el rendimiento, actuando sobre los comportamientos. El comportamiento, que como hemos dicho es el objeto de actuación de la intervención, puede modificarse principalmente actuando sobre dos aspectos: 1. sobre lo que ocurre antes de él (antecedente), o 2. Sobre lo que ocurre después de él (consecuencia).

Un antecedente es cualquier persona, lugar, cosa o situación que se presenta antes de un comportamiento y que nos impulsa a ejecutarlo. Ejemplos de antecedentes en la empresa son: los objetivos, las metas, las descripciones del puesto, los procedimientos, los reglamentos, las reuniones, los recursos, el entrenamiento, las instrucciones y órdenes, otras conductas, frases o el pensamiento (por ejemplo lo que nos decimos a nosotros mismos).

Una consecuencia, es cualquier evento que sigue a un comportamiento y que influye en la probabilidad de que éste ocurra en el futuro. Si el antecedente sirve como causa de la conducta que le sigue, la consecuencia sirve para determinar la conducta que le antecede.

La vía de corto alcance, se centra en la formación como un antecedente. En cambio, la vía de largo alcance, incluye también las consecuencias ya que, ¿por qué pensamos que solo dando instrucción se va a cambiar un comportamiento?. El cambio en formación es un proceso de influencia y por tanto un problema de motivación, es decir de refuerzos. El alumno debe terminar estando capacitado pero también debe querer cambiar. La formación por tanto, se configura como algo más que un antecedente de la conducta, considerando tanto las consecuencias como el entorno en el que se produce, ya que aunque una persona esté capacitada para cambiar (puedo) y quiera, si no tiene los medios adecuados para hacerlo no iniciará acción alguna.

La formación eficaz, es aquella que impacta en comportamientos que se utilizan posteriormente en el puesto de trabajo. No se queda solo en comprobar la consecución de los objetivos de aprendizaje, sino que va más allá del aula, llegando hasta el puesto de trabajo.

Bajo esta perspectiva, lo importante no es solo lo que lo que se ha aprendido, sino lo que se hace con lo que se ha aprendido y por supuesto, el valor económico de este aprendizaje. Si no se hace nada con lo aprendido, diremos que la formación no ha sido eficaz y por tanto que lo que se ha invertido no ha servido.

En este ámbito, hablaríamos de un cuarto cambio, denominado también de aprendizaje aplicado, aunque a diferencia del tercer cambio al que nos referíamos más arriba, éste debe operar ya fuera del aula (entorno de aprendizaje). Se refiere por tanto, al rendimiento entendido como el comportamiento objeto de entrenamiento aplicado en el puesto de trabajo. En realidad el aprendizaje aplicado y el rendimiento son lo mismo. La diferencia, es que el primero se produce dentro del “aula” y el segundo fuera. En sentido amplio, necesitamos formular objetivos de rendimiento, que nos permitan evidenciar si ha habido o no un cambio de comportamiento tras la acción formativa.

Según este planteamiento, la gestión de la formación, debe ir íntimamente ligada a la gestión del desempeño, enfoque sistemático y orientado al manejo de datos, mediante el cual se pretende mejorar el rendimiento de los empleados, utilizando principios basados en las ciencias de la conducta. Sistemático, significa que se deben especificar los comportamientos, los resultados involucrados y los métodos que pueden utilizarse para modificar el desempeño de los empleados. Se trata de un tipo de intervención psicológica en la empresa, que utiliza el análisis funcional de la conducta para modificar comportamientos.

El cambio en el rendimiento, ya no es solo objeto de control por parte de la formación, sino de la tecnología del rendimiento, que incluye todas las intervenciones posibles encaminadas a reducir o eliminar déficits de rendimiento.

Sin embargo, la mayor complejidad que plantea esta segunda vía, tiene que ver con la manera de comprobar el impacto real de la formación, es decir el grado de mejora en el rendimiento en el puesto de trabajo. Si se hace algo con lo aprendido, la cuestión es: ¿Cuánto y cómo afecta al trabajo y a la organización utilizar ese nuevo aprendizaje?. Si conseguimos cuantificar esto, estaremos en condiciones de afirmar que sí ha habido una auténtica transferencia de la formación y por tanto que ha sido eficaz hasta sus últimas consecuencias.

La única manera de cuantificar esta mejora, es diseñando una intervención en la que se identifiquen y controlen las variables que pueden afectar al rendimiento al margen de la formación, se realicen mediciones antes (línea base) y después de la formación y se utilice un grupo de control que no reciba la formación. Si conseguimos medir esta mejora, podríamos no solo calcular ecuaciones de predicción del aprendizaje sobre un determinado comportamiento, sino también llegar a explicarlo, formulando modelos que nos indiquen qué variable facilita la mayor o menor aplicación de un comportamiento (Modelo = f (x) + error).

Para poder determinar cual de las variables independientes están actuando en esa situación y como, habrá que partir de los resultados, y determinar indicadores de rendimiento, tanto duros (cantidad, costes, tiempo…), como blandos (clima, satisfacción, calidad, reducción de errores…). Tenemos que cambiar el enfoque y su dirección. No ir desde la satisfacción y aprendizaje a los resultados, sino al revés. Hemos de partir de los resultados y circular en sentido inverso. Hay que encontrar la conexión entre un determinado comportamiento y los resultados. Para ello no podemos partir del comportamiento sino del resultado. Con los enfoques de niveles, no podemos demostrar si existe alguna conexión entre a aplicación de un comportamiento y su valor económico. Es muy difícil hacerlo así. Es un problema de dirección de la causalidad “comportamiento-resultado”. No podemos evidenciar que un determinado aprendizaje produzca una aplicación. Son dos fenómenos diferentes. El primero es de carácter cognitivo, el segundo comportamental. Hay que comenzar por el criterio, que es la variable dependiente, es el rendimiento que queremos mejorar y a  partir de ahí derivar comportamientos o cogniciones asociados (variables independientes) a esos resultados. Esos resultados conectados con los comportamientos de alto impacto que lo determinan (antecedentes), son lo que quiero conseguir. Ese comportamiento, se transforma en un objetivo de aprendizaje al que se le asocian conocimientos y habilidades.

El concepto de competencia como asociación comportamiento/resultado, puede servir en este modelo como vínculo de integración conductual de los conocimientos aplicados al puesto de trabajo. La formación eficaz, es la que genera o desarrolla competencias. ¿Cómo se pasa del aprendizaje a la aplicación?, mediante la competencia. Entendida ésta, como el conjunto de comportamientos que caracterizan el desempeño eficaz en un puesto, representa la integración de los niveles de aprendizaje interno, en su grado más avanzado.

Y por último, ¿qué pasa con los resultados económicos?, ¿Cuánto vale en dinero la mejora producida mediante la formación en el desempeño en su puesto de trabajo?.  Este valor económico, se deriva del resultado conseguido, constituyendo una variable dependiente cuyos valores hay que calcular como cualquier otra variable de cualquier diseño. Una vez conocida la conexión entre un comportamiento y un resultado, calcular el importe económico es fácil. El nivel 4 es una consecuencia automática de los procesos de formación, el 5 ni siquiera es una consecuencia del mismo, es una operación independiente. Lo difícil, no es medirlos, sino demostrar que tienen algo que ver con lo que se supone que han aprendido y están aplicando. Para su cálculo, se podrán desarrollar fórmulas que tengan en cuenta entre otros: el valor del objetivo de rendimiento al 100%, su frecuencia de utilización para el puesto antes y después del curso, el porcentaje de mejora conseguida o incluso el análisis de la utilidad. Se trataría de transformar esa mejora en un valor económico.

domingo, 14 de octubre de 2012

La eficacia de la formación (1): la ruta de corto alcance.

La eficacia de la formación solo se puede medir durante el tiempo que dura la acción formativa y dentro del entorno en el que se ha producido el aprendizaje. No podemos evaluar su eficacia seis meses después porque lo que estaremos midiendo será el resultado de otras variables diferentes a la eficacia de la acción formativa y que no hemos controlado. Tampoco podemos medir su transferencia al puesto porque dicha transferencia, es algo diferente a la consecución de los objetivos de aprendizaje. A lo máximo que podemos llegar, es a comprobar si al final del curso se ha producido un aprendizaje, en qué medida y si pasado el tiempo este aprendizaje se mantiene. Por todo ello, a este tipo de eficacia la llamamos eficacia interna.

La ruta de corto alcance, sirve para medir la eficacia interna, se mide por el “grado de consecución” de los objetivos propuestos por la acción formativa. El impacto de la formación en el puesto y por tanto en la organización no es objeto de análisis de esta vía. La formación es responsable únicamente del proceso de aprendizaje que ocurre tras la acción formativa, no de lo que ocurre fuera del aula una vez acabada ésta.

La responsabilidad última de la formación, es garantizar que una persona ha adquirido las destrezas que se han exigido en la solicitud de formación y que es capaz de aplicarlas cuando va a salir del “aula”. Lo que pasa más tarde cuando se incorpora al puesto de trabajo, no es responsabilidad de la formación.

Bajo este planteamiento, para determinar si una acción formativa ha sido o no eficaz, hemos de formular correctamente los objetivos de rendimiento adecuados y al final comprobar si se han alcanzado o no. Los objetivos de una acción formativa, son la adquisición de los niveles de competencia descritos en la misma. La eficacia de una acción formativa, vendrá determinada por el grado en que se han conseguido dichos objetivos. Si se han alcanzado diremos que ha sido eficaz, si no se han alcanzado, diremos que la acción no ha sido eficaz.

Los objetivos por tanto, son la base y la clave para garantizar la eficacia de la formación y para poder evaluarla. Su correcta formulación determinará la facilidad para poder medirlos. El objetivo, si está bien definido, es la salida y la meta de la formación si está bien definido. Para poder evaluar ese cambio, es necesario medir el nivel de aprendizaje previo a la acción y después compararlo con el nivel de aprendizaje tras la acción. Pero ese nivel de mejora puede o no ser el objetivo, porque el objetivo, puede ser más una realización que una mejora. En este caso, el grado de cumplimiento de los objetivos de aprendizaje, se puede operativizar como el porcentaje de consecución de los niveles previstos de aprendizaje, tanto en conocimientos (aprendizaje teórico), como en habilidades (aprendizaje aplicado).

En cualquier caso, alcanzar un determinado nivel de aprendizaje implica un cambio en alguno o varios de los tres siguientes ámbitos de aprendizaje: actitudes, cogniciones y comportamientos.

El primer cambio (actitudes), hace referencia a la opinión que tienen los alumnos y demás actores implicados sobre los aspectos relevantes a la acción formativa (satisfacción). Medir la satisfacción (nivel 1 de Kirkpatrick), solo nos sirve para indagar sobre algunas causas (creencias, normas subjetivas…) responsables de que en algunos casos no se haya producido cambio en el aprendizaje. La actitud (predisposición al aprendizaje + satisfacción con la formación), facilita el cambio cognitivo (aprendizaje), de forma que las habilidades pueden mejorar, pero no lo asegura ya que el cambio en una actitud, no garantiza el cambio en un comportamiento. El cambio en este ámbito, se mide con cuestionarios. A pesar de que los resultados sean muy buenos, nunca debemos confundir la eficacia con la satisfacción, ya que al final lo que queremos, es que los alumnos no solo se lo pasen bien, sino que además aprendan. Por eso, es necesario un cambio más profundo.

El segundo cambio (cogniciones), se produce en el nivel de conocimientos (nivel 2 de Kirkpatrick), y lo llamamos aprendizaje teórico. Implica lo que una persona sabe o comprende aunque no sea capaz de aplicar. Por eso, diferenciamos un tercer cambio, que es el aprendizaje aplicado, es decir el cambio producido en comportamientos que le permiten realizar con éxito determinadas conductas (habilidades). Es importante hacer esta diferenciación porque una persona puede tener por ejemplo conocimientos teóricos elevados sobre el manejo de una aplicación (powerpoint) pero no ser capaz de crear una presentación. Aprender a conducir, también nos sirve como ejemplo para diferenciar estos dos niveles. Por un lado, el examen teórico, nos garantiza que poseemos los conocimientos que nos habilitan para poder conducir (aprendizaje teórico) y por otro el examen práctico, que nos permite demostrar que sabemos conducir en una situación real (aprendizaje aplicado).

En resumen, la evaluación interna de la eficacia de la formación, vía corta, consiste en comprobar si se han conseguido los objetivos de aprendizaje establecidos, que pueden pertenecer a alguno de los tres ámbitos: actitudes, conocimientos y habilidades, inmediatamente después de haber finalizado la acción formativa, como se refleja en el cuadro que sigue. El nivel de consecución máxima de un objetivo, que permitirá etiquetar una acción formativa de eficaz, pasa por dar cumplimiento a los tres ámbitos descritos. Así, si pretendo enseñar a realizar entrevistas de selección mediante una taller de entrenamiento, éste habrá conseguido el éxito si tras al finalizar el mismo, el alumno ha logrado una actitud positiva hacia las entrevistas, los conocimientos teóricos sobre como entrevistar y las habilidades o comportamientos requeridos para ser un buen entrevistador.

Si tras recorrer este camino más corto, decidimos quedarnos aquí, habremos resuelto el problema de la eficacia de la formación. Si queremos ir más allá, es necesario hacernos algunos planteamientos adicionales que nos permitan avanzar por el camino más largo........

domingo, 23 de septiembre de 2012

Androgogía versus pedagogía.


El hecho de que los adultos no aprendemos igual que los niños, parece que se olvida cuando diseñamos y programamos la formación para directivos.

La mayoría de las intervenciones formativas dirigidas a adultos, se han diseñado teniendo en cuenta los principios del aprendizaje infantil. 

Tener en cuenta los principios del aprendizaje adulto (Androgogía), que son diferentes a los que regulan el aprendizaje infantil (pedagogía), quizá nos ayude a entender mejor estos resultados y a diseñar acciones de formación más efectivas. 


Malcolm Knowles (1988), que acuño el término de “androgogía”, en su trabajo “el arte y la ciencia del aprendizaje adulto”, establece que el adulto posee sus propias reglas de juego a la hora de aprender y que se basan en que están presionados por el tiempo, están orientados a conseguir metas, traen a la situación de aprendizaje conocimientos y experiencias previas, tienen un interés limitado en determinados tipos de información, tienen diferentes niveles de motivacion y diferentes estilos de aprendizaje.

Los programas más efectivos, deben incorporar estos principios del aprendizaje adulto para fomentar el pensamiento estratégico y otras capacidades complejas y críticas para aprender (Collins, 2001). ¿Por qué no lo tenemos en cuenta?.

viernes, 3 de agosto de 2012

Managing by clicking



Nos estamos acostumbrando a dirigir clickeando. a emitir ordenes por escrito sin necesidad de preguntar ni esperar respuesta (¿se llama feedback?). No hace falta. Damos por hecho que no nos tienen que cuestionar, para eso somos los jefes.

Nos estamos acostumbrando a esperar resultados inmediatos a nuestras peticiones; a pensar que el receptor de nuestros mensajes no tiene nada que hacer, salvo estar ansiosamente atento a su bandeja de entrada del outlook para empezar a actuar en cuanto reciba nuestras importantes misivas.

Esta inmediatez en la gestión, a la que ha contribuido la velocidad a la que circula la información  (y su alcance), genera en nosotros una gran confianza pues nos hace presuponer que una vez enviado el mensaje ya hemos cumplido.

Pero esta actividad que llega a protagonizar una gran parte de nuestra jornada laboral, tiene algunos inconvenientes.

El más importante es seguramente ignorar que al otro lado del cable hay personas que cuentan, que opinan y que se cuestionan las cosas (y por ende se motivan o desmotivan). Pero esta objeción probablemente no convenza a los superdirectivos de que dejen de seguir moviendo su dedo índice a la velocidad de la luz.

Por eso se me ha ocurrido otra que quizá sí les convenza: actuar así produce peores resultados. El automatismo rápido de nuestras respuestas, aunque minimiza nuestro esfuerzo, significa errores y ausencia de pensamiento crítico. Se actúa velozmente, pero sin reflexionar. Las decisiones complejas requieren de tiempo para reflexionar, esfuerzo y atención. Justo aquello de lo que carecen estos comportamientos. Para quien quiera saber a que me refiero, le recomiendo leer al premio Nobel de economía Daniel Kahneman (“Pensar rápido, pensar despacio”), quien describe a la perfección estos dos sistemas. Para quien no tenga tiempo, simplemente piense si le gustaría estar al otro lado del ciberespacio, esperando a que usted de su siguiente click.

sábado, 14 de julio de 2012

¿Podemos ser mejores líderes?



La investigación ha demostrado que el liderazgo afecta al rendimiento organizacional, teniendo más peso en el mismo que cualquier otra variable (Burke and Litwin, 1992). Incluso su impacto está aumentando en la empresa actual. Los cambios en el entorno neo-económico (globalización, interconectividad, conocimiento, velocidad y nuevas formas de  competir), están dando lugar a tendencias que tienen profundas implicaciones para los líderes de todas las organizaciones (Jaworski y Scharmer, 2000). Los diferentes ejecutivos de las compañías que quieran estar delante, han de jugar un papel clave en el éxito de las mismas, al tener que adaptar estas nuevas reglas al mundo de los negocios.

Por otro lado, el desarrollo directivo, no es un concepto fácil de definir. Los diferentes modos de entender y conceptualizar el liderazgo dificultan la tarea de delimitar su objeto de estudios. Donde ha sido más facil encontrar consenso, es en la necesidad por parte de las organizaciones de desarrollarlo e invertir en él (Day y Halpin, 2001). La American Society of Training and development (ASTD, 1995), informó que el 60% de las compañías Fortune 500 companies encuestadas en 1995 indicaron que el desarrollo directivo es una alta prioridad frente al 36% de 1990.

El desarrollo de directivos para desempeñar éstos nuevos roles es más importante que nunca y debe bajo nuestro punto de vista articularse en torno a los siguientes cinco grandes requerimientos:

1. Detectar el futuro, sin alejarse demasiado del presente. El pensamiento estratégico, es lo que diferencia el liderazgo en las mejoras empresas (HAY GROUP, 2010). En este marco nos parece de especial relevancia las conclusiones del estudio de Jaworski y Scharmer (2000), sobre los principios y prácticas de los líderes de la nueva economía. Según estos autores, para tener éxito en este entorno, los líderes necesitan una nueva capacidad cognitiva, la capacidad de detectar y actualizar las realidades emergentes. Para ellos, la principal competencia es la anticipación. Mirar hacia el futuro, requiere experiencia y creatividad, y determina el modo en que se asumen los riesgos. Esta habilidad, que deberá modificar su orientación hacia un enfoque más medio placista puede y debe ser desarrollada.

2. Centrarse en los resultados, sin olvidar a las personas. El liderazgo ejecutivo está comprometido con crear organizaciones que tengan un espíritu de alto rendimiento. Los atributos del liderazgo centrado en resultados, que permitirán alcanzar dicho espíritu, se agrupan en cuatro categorías (Ulrich, Zenger y Smallwood, 1999): fijar el rumbo (visión, clientes, futuro), demostrar carácter personal (hábitos, integridad, confianza, razonamiento analítico), movilizar la dedicación individual (hacer que otros se comprometan, compartir poder) y generar capacidad organizacional (formar equipos, gestionar el cambio). Pero los nuevos requerimientos competenciales del directivo, no deben venir solo de fuera, los empleados también tiene el poder de decidir como debe ser el lider que los dirija: conocer a sus colaboradores, apostar por sus creencias, hablar con pasión, liderar con el ejemplo y conquistarlos (Kouzes y Posner, 2003). Para generar la confianza entre el líder y el seguidor y hacer que se logren resultados extraordinarios es necesario desarrollar practicas como: Cmabiar el procesos, inspirar con una visión compartida, facilitar que los otros actuen y modelar el modo de despertar sus pasiones (Gordon, 2003).

3. Innovar, sin perder el sentido de la realidad. La habilidad de una organización para innovar se convierte en la ventaja competitiva de la actual economía global. La necesidad de innovar es cada vez mayor y se está convirtiendo en la única manera de sobrevivir y prosperar en la altamente competitiva y globalizada economía en la que nos encontramos (David & Foray, 2003). Buscar nuevas formas de construir el expertise flexible que es la fuente de innovacion, se está convirtiendo en una meta cada vez más importante. Para ello, serán necesarias nuevas competencias más cercanas al campo de lo cognitivo como pensar con originalidad, innovación, razonamiento inductivo y deductivo y solución de problemas complejos  (Uhalde and Strohl, 2006). Pero la innovación sin sentido común no sirve. Tener “inteligencia práctica” (Sternberg, 1996) o “buen criterio” (en el momento de tomar la decisión adecuada) es considerado una de las cualidades esenciales del liderazgo que se desarrolla en el tiempo y que incluye 3 áreas: las personas, la estrategia y la crisis (DeRose y Tichy, 2009).

4. Estar permanentemente en acción, sin olvidar pararse a reflexionar. Los líderes del futuro tendrán que asumir la complejidad y desarrollar las habilidades para manejarla. Gestionar imprevistos, hacer frente a la diversidad o actuar globalmente, son solo algunos ejemplos de esta complejidad, que debe ser dirigida a través del trabajo colaborativo e interdependiente. En este escenario, se va a exigir mayor rapidez, adoptar un enfoque multitarea y una mayor flexibilidad y resistencia para manejar imprevistos. Pero para poder estar seguro de que las acciones son las más adecuadas, esta acción permanente, debe combinarse con fases de pensamiento, en las que se deje paso tanto a lo racional como a lo emocional. Trabajar conectado (networking) gracias a las posibilidades de las nuevas tecnologías de la información, permitirá aprender de una manera más veloz y pasar de acumular conocimiento operativo a compartir conocimiento tácito. La posesión de una gama cada vez más extensa de competencias (basta con echar un vistazo a los repertorios de Day y Halpin (2001), Lombardo y Eichinger (2003) o Zenger y Folkman, (2008)), será condición necesaria para triunfar como directivo.

5. Crear y vender una marca de liderazgo. Una marca de liderazgo, representa la identidad y reputacion de los líderes en una compañía. Pensar en el liderazgo como una marca servirá de input para la eficacia directiva en la creación de un liderazgo sostenido y consistente (Ulrich y Smallwood, 2004). Aquellas compañías que producxen lideres eficaces que les permiten diferenciarse de la competencia, generalmente tienen una marca clara de liderazgo (la identidad de los líderes a través de una organizacion que conecta las expectativas de los clients y empleados con el comportamiento organizacional (Ulrich y Smallwood, 2007)). El lider integrador, visto como alguien que reproduce multiples perspectivas,  que conecta conscientemente estas perspectivas y que aplica una variedad de habilidades para establecer nuevas direcciones, opciones y soluciones para su oorganización, puede ser un buen modelo para empezar a crear esa marca de liderazgo.

sábado, 7 de julio de 2012

Un poco de ciencia en un mundo color salmón


Existe una importante brecha entre lo que ocurre en el ámbito académico y lo que ocurre en el mundo profesional.

Por ejemplo, los profesionales dan menos importancia a factores como la inteligencia o la personalidad a la hora de utilizarlos como predictores del rendimiento, cuando las recomendaciones derivadas de las investigaciones realizadas sobre su eficacia apuntan lo contrario. Otros ejemplos de resultados de investigaciones que desafían muchas de las erróneas creencias que guían nuestra actuación profesional muestran que establecer metas es más efectivo para mejorar el desempeño que la participación de los empleados en la toma de decisiones o que la paga es mas importante para los empleados que lo que dicen ellos en los cuestionarios.

Estas diferencias entre lo que nos dice el sentido común y lo que ofrece la investigación, nos puede conducir a que en muchas ocasiones apliquemos en las organizaciones técnicas o procedimientos que a pesar de lo que creemos, no resulten ni útiles ni válidos.

Existen varias razones que explican estas diferencias.

Una de ellas es que los profesionales de los RRHH, tienen poco tiempo (o ¿poco interés?) para revisar los miles de artículos sobre negocios y management diseminados por las cientos de revistas especializadas.

Otra razón, es que los profesionales y los académicos tienen diferentes intereses y prioridades.

Los primeros, están centrados en metas a corto plazo (la solución de problemas y en que se hagan las cosas a tiempo) y no toleran la ambigüedad producida por no tener las cosas claras, es decir necesitan soluciones concretas. Tampoco les preocupan los mecanismos de funcionamiento de los tests y demás herramientas; solo les interesa que funcionen y que produzcan resultados y beneficios. En cambio, los académicos están centrados en metas a largo plazo como realizar investigaciones que a lo largo de los años puedan culminar en alguna publicación.

Tampoco coinciden en los temas en los que están interesados cada uno de ellos. Así, por ejemplo, los problemas relacionados con la compensación interesan mucho a los profesionales pero muy poco a los investigadores, de forma que aquellos evitan leer estudios que sean demasiado teóricos. Por su parte, los investigadores están muy influidos por la estructura académica de refuerzos que dirige sus carreras que dependen del número de publicaciones en revistas de impacto científico y por las que una vez publicadas, no reciben ningún tipo de recompensa si ofrecen sus resultados al gran publico. Por ello, la mayoría solo investiga si se va a publicar, lo que dependerá de los intereses de los editores cuya coincidencia con los intereses de los profesionales no siempre se produce.

Además, el tipo de gap entre los profesionales, y los investigadores no ha sido igual en todos los temas. Así por ejemplo ha sido mayor en aspectos relacionados con la compensación y retribución y menor en otros como desarrollo o selección.

Por tanto, la existencia de estas diferencias no solo no es baladí, sino que es conveniente que vaya desapareciendo puesto que la evidencia ha demostrado, que los managers de recursos humanos que siguen los principios basados en la evidencia están mejor posicionados para optimizar el éxito de sus organizaciones y que estas diferencias son menores conforme aumenta el tamaño de las organizaciones y la cualificación de los responsables de recursos humanos (Colbert y Brown, 2002; Deadrick, 2009).

Creemos que es necesario crear secciones en las publicaciones tradicionales y digitales que sirvan de puente entre ambos aspectos de la realidad, el profesional y el académico, con la finalidad de que los primeros puedan aprovecharse en el ejercicio de su profesión de los hallazgos aplicados encontrados por los segundos.

La investigación aplicada, según los expertos, debe ser: rigurosa, relevante e inteligible. Como esto no siempre es así, puesto que la mayoría de los trabajos son rigurosos pero o bien irrelevantes o bien ininteligibles (y extensos), lo que intentaremos con los posts de este blog, es ofrecer estudios seleccionados según su relevancia en un lenguaje entendible y en un formato resumido, de modo que el profesional pueda tras una lectura fácil y rápida, extraer al menos una conclusión aplicable a su realidad inmediata, que es la parte difícil del éxito, llevar las acciones a la práctica. Sin duda, el avance vendrá de una mezcla de las prácticas de gestión de los profesionales y de la investigación aplicada.

De esta forma, se pretende evitar que los profesionales se nutran de los consejos de los gurus que ofrecen soluciones atractivas “takeaway” descritas en sus bestsellers, pero sobresimplificadas y no basadas en evidencias sólidas, que si se toman en grandes dosis como pasa con la “fast food”, resultan perjudiciales a medio plazo.

Referencias.

Colbert y Brown (2002). HR professionals, Beliefs about effective HR practices: correspondence between research and practice.

Deadrick, D. (2009). Revisiting the research-practice gap in HR: a longitudinal analisis. HR Management review.

Grossman, R. (2009). Close the gap between research and practice. HR Magazine.

lunes, 25 de junio de 2012

¿Es eficaz la formación en el aula?.



Parece que la formación en el aula, no es la mejor manera de desarrollar el potencial para dirigir. 

Según el Consejo de estadísticas laborales de los Estados Unidos y educational development center (1998), el 70% de lo que los empleados sabían acerca de su trabajo, no lo habían aprendido mediante acciones formativas, sino mediante el aprendizaje informal adquirido en su trabajo. 

El aprendizaje más efectivo no se realiza en cursos sino mediante el desempeño de determinados tipos de trabajos (McKinsey Quarterly Report, citado por Guadalupe Fernández, 2002) que implican asumir un nuevo rol de mayor responsabilidad, hacerse cargo de un nuevo proyecto de gran visibilidad y envergadura o asumir un puesto de responsabilidad en un país extranjero. El talento directivo no se enseña en las aulas, se aprende a través de experiencias profesionales. 

La formación en el aula debería ser solo parte de las iniciativas de desarrollo directivo y la menos crítica. Esto quizá tenga que ver con nuestra manera de aprender las cosas dentro y fuera del aula. En el aula utilizamos más el aprendizaje intelectual (conocimientos), que se lleva a cabo en la corteza cerebral. Fuera el aula, cuando queremos aprender nuevos hábitos, utilizamos más el aprendizaje emocional que además de la corteza, involucra al sistema límbico (zona más primitiva del cerebro asociada a nuestras reacciones instintivas y rápidas). 

lunes, 18 de junio de 2012

¿Funciona realmente el coaching ejecutivo?.




Los resultados obtenidos, apoyan en su mayoría la creencia de que el coaching ejecutivo produce resultados positivos (Feldman & Lankau, 2005; Dagley, 2006; Finn et al., 2007; McKie, 2007; Passmore & Gibbes, 2007; Kombarakaram, et al., 2008, McCauley, 2008). Sin embargo, la mayoría de los estudios realizados para analizar la eficacia del coaching ejecutivo, se han llevado a cabo mediante el análisis mediante entrevistas o cuestionarios de las percepciones de los clientes (coachees) que han participado en procesos de coaching. 

Estas técnicas cualtitativas, se han realizado con muestras (5 sujetos a 1361 sujetos), que han pasado por procesos de una duración que ha oscilado entre 6 y 12 meses. Sin embargo, cuando algún estudio ha utilizado de una manera más rigurosa una metodología cuantitativa de tipo correlacional, cuasi-experimental o experimental como los de Hernez-Broom, 2002 o el de Smither et al., 2003) los resultados, han mostrado ligeras mejoras en algunos aspectos, pero sin llegar a ser significativamente claras. 

Saber que el coaching produce resultados es sin duda importante, pero conocer los factores que intervienen en la gestación de los mismos es quizá más importante aún. Sobre este asunto, los autores, han coincido en gran medida en el tipo de factores que han considerado importante en sus estudios.

Conocer el papel que juega cada uno de estos factores (el coach, el coachee, el proceso de coaching y los relacionados con el entorno) en la eficacia del coaching, ayudará a reducir el efecto de caja negra en la actual literatura sobre coaching, que consiste en reconocer que éste funciona pero sin saber muy bien porqué.
 

domingo, 17 de junio de 2012

¿A qué dedican su tiempo los buenos directivos?.




En un estudio de 1989, Bringing out the best in people, el profesor Daniels, tras revisar más de 10 años de investigación, encontró que los managers pasan de promedio un 80% de su tiempo en actividades que se pueden calificar de antecedentes (definiendo tareas, creando procedimientos o dando instrucciones), frente al resto de tareas de seguimiento o facilitación de consecuencias. 

Sin embargo según Komaki, los líderes más eficaces, pasan más tiempo hablando y preguntando a los empleados, es decir proporcionando consecuencias (Leadership from an operant perspective”. New York: Routledge, 1998).


¿A qué dedica usted más tiempo a dar instrucciones o a preguntar y reforzar?.

miércoles, 13 de junio de 2012

¿Hay que bajar las primas a los ejecutivos?.


En un estudio dirigido por el economista del comportamiento Dan Ariely y publicado en 2009 en The review of Economic Studies, y realizado en la india, se analizó la relación entre el rendimiento y 3 tipos de primas (bajas, medianas y altas). 

No se observó una relación lineal del tipo a mayor prima mayor rendimiento. Por el contrario, aquellos que recibieron más primas, obtuvieron un rendimiento menor en las tareas. 


Entre las posibles explicaciones, se plantea el nivel de estrés producido por las altas bonificaciones y cuya base es la aversión que tenemos por perder, que es mayor que la satisfacción que se produce cuando se gana algo aunque sea del mismo valor que lo que se pierde. La complejidad de la tarea es otra de las variables que modulan su impacto. Conforme las tareas requieren un mayor nivel de esfuerzo cognitivo, las bonificaciones interfieren con el rendimiento, por lo que solo serían utiles en tareas sencillas y mecánicas. 


Al margen de las diferencias individuales en la capacidad que tenemos de estresarnos, habría que considerar la posibilidad de utilizar en el futuro primas más moderadas que no afectaran a nuestra atención en la tarea distrayéndonos de los resultados.