Parece
que la formación en el aula, no es la mejor manera de desarrollar el
potencial para dirigir.
Según el Consejo de estadísticas laborales de los
Estados Unidos y educational development center (1998), el 70% de lo que los
empleados sabían acerca de su trabajo, no lo habían aprendido mediante acciones
formativas, sino mediante el aprendizaje informal adquirido en su trabajo.
El aprendizaje más efectivo no se
realiza en cursos sino mediante el desempeño de determinados tipos de trabajos
(McKinsey Quarterly Report, citado por Guadalupe Fernández, 2002) que implican
asumir un nuevo rol de mayor responsabilidad, hacerse cargo de un nuevo
proyecto de gran visibilidad y envergadura o asumir un puesto de
responsabilidad en un país extranjero. El talento directivo no se enseña en las
aulas, se aprende a través de experiencias
profesionales.
La formación en el aula
debería ser solo parte de las iniciativas de desarrollo directivo y la menos
crítica. Esto quizá tenga que ver
con nuestra manera de aprender las cosas dentro y fuera del aula. En el aula
utilizamos más el aprendizaje intelectual (conocimientos), que se lleva a cabo
en la corteza cerebral. Fuera el aula, cuando queremos aprender nuevos hábitos,
utilizamos más el aprendizaje emocional que además de la corteza,
involucra al sistema límbico (zona más primitiva del cerebro asociada a
nuestras reacciones instintivas y rápidas).
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